Las Crónicas de El Fin de Disney 4: Kristoff, El Hombre de las Montañas

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Kristoff: El Hombre de las montañas

Cuentan las malas lenguas, que Arendelle es un reino hermoso, pero lleno de violencia y magias oscuras.

Hay una gran montaña, alta, y fría. En esa misma montaña la reina Elsa construyó su palacio de hielo.

Pero muchos años antes, en la cima de la montaña, vivía un humilde matrimonio.

Siempre saludaban y sonreían a todos. Parecían tan amables y felices.

Aunque la realidad era otra.

Llevaban vidas oscuras.

El hombre, llamando Aleksander, solía ser un famoso vendedor, que viajaba a todos lados, era rico.

Y era un total amante de las mujeres, las utilizaba como un juguete.

Cierto día, vio a una mujer bella, a la que no pudo resistir.

Su nombre era Anita. Era una mujer de escasos recursos, con tres hermanos y cuatro hermanas, sus padres casi no podían mantenerla.

Pero claro que Aleksander podía mantenerla.

Intentó enamorarla de todas las maneras posibles, pero no pudo. Así que, al final, por un poco de dinero, su padre la vendió al famoso vendedor.

Los vicios y las infidelidades, arrebataron a Aleksander toda su fortuna y se vio resignado a vender hielo.

Cada vez que llegaba borracho, golpeaba a su mujer hasta el cansancio, hasta que ella ya no podía soportarlo.

Poco tiempo después, Anita quedó embarazada de su violento esposo. Tuvieron un hermoso bebé rubio, al que pusieron de nombre Kristoff.

Aleksander tenía un reno hembra, que lo ayudaba a cargar el hielo, a la que había llamado Britta.

Mientras crecía, Kristoff se hizo gran amigo de Britta y juagaba con ella. Pero ni siquiera el tierno pequeño se libraba de los azotes e insultos de su padre.

Era golpeado repetidamente, junto a su madre, mientras ambos se abrazaban, y lloraban amargamente.

Lo que su padre no tenía, su madre lo compensó totalmente, era una mujer amorosa y comprensiva, que siempre cuidaba y ayudaba a Kristoff.

Kristoff era un niño feliz, pero las cicatrices que había en su espalda, causadas por su padre, demostraban que había sufrido demasiado para su edad.

Un día, hubo un gran acontecimiento. Britta quedó preñada, y después de muchos meses de cuidados, tuvo un pequeño reno, tierno y juguetón.

Su nombre era Sven, y Kristoff tenía una gran relación con él.

Cierto día, mientras sus padres peleaban, Kristoff, con lágrimas en los ojos, salió corriendo de la casa.

Lo que no esperaba, era que el pequeño reno, quien Kristoff creía dormido, se levantó, cruzó la puerta y lo siguió.

Cuando el pequeño Kristoff  ya no pudo soportar más correr, cayó de rodillas en medio de un bosque nevado.

Sven se acercó a él y lo comenzó a lamer en la mejilla. Kristoff sonrió con lágrimas en las mejillas.

-         ¡Sven! ¡Pequeño travieso!- el niño soltó una carcajada

Después de un rato, Kristoff se decidió por volver a casa.

Pero, entonces, un estruendo retumbó en sus oídos. La nieve caía a toda velocidad.

No estaba cerca de él, pero la nieve se dirigía a su casa.

Una avalancha pensó  él. Su madre le había hablado de las avalanchas cientos de veces.

Intentó correr, pero entonces se frenó.

Nunca podría detener una avalancha pensó de nuevo.

Entonces, fue testigo de cómo la nieve arrasaba con todo lo que conocía.

Después de un rato, volvió al lugar al que había llamado hogar alguna vez.

-         ¿Mamá? ¿Papá? ¿Britta?

Kristoff lloró amargamente, con más fuerzas que nunca.

-         ¿Mamá? ¿Dónde estás? ¡Contesta! ¿Papá? ¡Papá! Prometo portarme bien… seré un bien chico… aparece… por favor.

Pero no aparecieron. A pesar de que Kristoff lloró por horas, días y semanas, ellos nunca volvieron.

-         Supongo que eres lo único que me queda- susurró él a Sven

Desde ese día, Kristoff se aferró aún más a Sven. Era su único recuerdo. Lo único vivo.

Robaban y comían lo que podían. Pero su vida no era exactamente buena. A veces visitaban a los vendedores de hielo, y ellos les daban comida. Pero no bastaba. Necesitaban amor.

Hasta cierto día, después de estar un rato con los vendedores, vieron un caballo que congelaba todo a su paso. Aunque la que realmente lo congelaba era la futura reina Elsa.

Y lo siguieron.

Llegaron con los trolls, y los vieron descongelar la cabeza de la princesa.

Pronto, los trolls los acogieron, y los amaron como nunca nadie lo había hecho.

Pero Kristoff nunca pudo olvidar sus heridas. Y las cicatrices de su espalda nunca sanaron. Lloraba todas las noches hasta quedarse dormido.

Los trolls lo apodaban “el niño de las montañas” pues nunca había salido de ellas.

Con el tiempo, Kristoff dejo de ser un niño y se convirtió en “El Hombre de las Montañas”.

 

Después de mucho, Kristoff al fin obtuvo el permiso de los trolls para trabajar como vendedor de hielo.

Vendía afuera del palacio, que por alguna extraña razón se mantenía cerrado.

Pero cierto día, Kristoff descubrió que podía ver por una ventana.

Era un salón lleno de cuadros. Cada día una hermosa chica de dos coletas y cabello anaranjado se sentaba ahí y leía ansiosamente.

La princesa que años atrás los trolls habían descongelado, era la chica que ahora Kristoff contemplaba a diario y suspiraba por ella.

No puedes estar enamorado de ella habían susurrado los trolls El amor no surge en un día.

Y tenían razón.

O al menos esa idea se metió Kristoff en la cabeza.

El día de la coronación de la reina, una tormenta gigantesca ocurrió. Y Kristoff vio a Elsa construir su castillo.

¿La razón?

Cada noche, pasaba por el lugar donde estaba su casa, para dejar una flor a sus padres y a Britta.

Pero esa noche, vio algo increíble.

Después del susto, montó en Sven y fue corriendo a comprar algunas cosas.

Ahí, se quedó helado de la sorpresa.

Vio y habló por primera vez con la hermosa princesa Anna de Arendelle.

Y los trolls demostraron tener razón de nuevo. No te podías enamorar en un día.

En cuanto conoció a Anna bien, se dio cuenta de que no estaba enamorado.

Pero aun así, se enamoró, no de la Anna que veía por la ventana, si no de la Anna loca, la que había hecho enojar a su hermana y se había comprometido en un día.

Al final, tuvieron un final feliz. Se enamoraron lentamente, se conocieron el uno al otro, y se casaron.

La noche de bodas, su corazón latía al mil. Anna sabía sobre su pasado. Sabía que su padre lo había maltratado.

Pero nunca había visto las feas cicatrices.

Y no quería que las viera.

No hubo otra manera, terminó viéndolas.

La princesa le desabotonó la camisa lentamente a su esposo. Y se la quitó con la misma calma.

Al ver las cicatrices, puso una cara de horror.

-         ¿Qué tanto te asustaste?- susurró él

-         No me asustan, Kristoff.

-         ¿Entonces por qué pones esa cara?- preguntó él, al borde de las lágrimas.

-         No puedo creer que alguna persona sea tan cruel para hacer esto a alguien tan bello.

Kristoff sonrió embobado.

Anna comenzó a pasear sus dedos por las cicatrices de Kristoff.

-         ¿Sabes?- dijo él, con la voz temblando- Aún no he sanado del todo. Tengo pesadillas todas las noches. Y tengo miedo de que alguien pueda lastimarme como él.

-         Kristoff- susurró Anna- Me voy a encargar de sanar todo lo que te atormenta.

Y comenzó a besar las cicatrices.

Fue una gran noche. Durmieron abrazados. Y por primera vez, el corazón de Kristoff no estuvo roto, estuvo completo. Y no tuvo ninguna pesadilla.

Pero eso no fue lo más impactante.

Cuando despertó, Anna tocó su espalda.

-         Ya no están- murmuró.

Efectivamente, las cicatrices habían desaparecido. Lo que los trolls y miles de ungüentos no habían podido curar, lo que las magias más profundas no habían conseguido sanar, el amor había podido reparar.

Así sería de ahora en adelante.

Se repararían el uno al otro.