viernes, 3 de junio de 2016

Neverland: Capítulo uno

Capítulo uno.

El temido Capitán Garfio miraba al horizonte.
Su barco navegaba, rumbo a la isla de los sueños.
Se acomodó el extraño sombrero, y le ordenó a Smee que trajera su capa verde.
-       Claro, mi capitán- murmuró él riendo.
Smee siempre era así. Penoso, tímido y muy risueño.
Pero Garfio sabía que detrás de toda esa faceta de persona humilde y buena (la cual, por cierto, no encajaba para nada en un barco como aquel) había un hombre sediento por el poder, capaz de hacer todo, hasta ser el lamebotas del Capitán Garfio, para conseguirlo.
Miro el cielo, descolorido, y recordó cuando estaba teñido de hermosos tonos violetas y naranjas.
Pero eso fue antes de que toda la magia de Neverland fuera absorbida por él.
Fue bastante complejo.
Después de que Peter cayera en esa ridícula depresión, toda la magia de Neverland se tornó extraña, pues Peter ya no podía manejarla con tantos problemas.
Así que, él, James Garfio, tuvo que acudir a la isla de los sueños.
Ahí, el único hechicero de Neverland lo ayudo a canalizar toda la magia de Neverland, y absorberla, para así controlarla.
Eso no lo convertía a él en hechicero.
Oh no, claro que no.
Simplemente portaba y liberaba la magia de Neverland a su antojo. Pero, sabía que si abandonaba la isla perdería sus poderes, pues no era un mago.
Si algo extrañaba Garfio de Neverland, eso era el color del cielo. Siempre le había parecido muy bello.
Pero, no tan bello como para impedir que él robara la magia.
Smee llegó corriendo con la capa y se la puso al Capitán.
-       Capitán… podría recordarme… ¿para qué vamos a esa isla?
-       Smee… te lo he dicho todo el día. No lo sé, pero El Guardián me ha dicho que ha pasado algo urgente, algo… peligroso. Y definitivamente debo saber qué es.
Cuando llegaron, fue Garfio el primero en bajar.
Pisó la arena, y sonrió al saber que cada grano de esa isla le pertenecía.
El Guardián lo esperaba ahí.
Desde que lo conoció, El Guardián era un viejo de cabello canoso y barba.
Y, a pesar de que ahora el tiempo transcurría más rápido en Neverland, El Guardián seguía con su mismo aspecto, pues conocía hechizos que lo hacían no envejecer- aunque los descubrió demasiado tarde, pues ya era un viejo cuando se los aplicó-.
La única otra persona aparte de El Guardián a quién el tiempo no afectaba era Garfio.
Ni siquiera Peter, el niño que parecía ser inmortal, se había salvado. Ya no era un niño…
-       ¿Para qué me has llamado? - preguntó Garfio, impaciente.
-       Yo… será mejor que lo vea por usted mismo.
Garfio asintió, y seguido de Smee, fue a la humilde choza donde vivía El Guardián.
Violet, la joven hija de El Guardián, abrió la puerta.
-       Buenos días, señor Garfio.
-       Gracias, Violet- respondió él con elegancia.
Ella sonrió.
-       ¿Qué tal va la práctica de la magia?
-       Aún no desarrollo el don, señor… Mi padre dice que tal vez se deba a que mi madre era una humana, y eso desacelera mi don.
Él asintió, como si le importara.
El Guardián pasó, y les cerró la puerta a todos los piratas en la cara.
-       Si no les importa, esto es un tanto… privado.
Ellos repelaron, pero al ver la mirada asesina de su capitán prefirieron guardar silencio.
En el centro de la choza había un pozo. Tenía usos múltiples, pero en esta ocasión es importante que sepan que puede mostrar detectar el poder, esté en el reino que esté, y pueden saber de quién proviene. Algo que, normalmente, solo pueden hacer las sirenas.
-       Me ha llegado una señal… el poder der alguien. Y es nuevo.
Garfio arqueó las cejas.
-       ¿Y eso qué me importa?
-       Bueno… resulta que el poder es de una niña de trece años. O no exactamente una niña. A esa edad, un mago es ya considerado adulto, pues sus poderes despiertan.
El capitán lo miró sin entender.
-       Es por eso que no había visto sus poderes antes. Y tampoco sabía quién era.
-       ¿Y quién es? – musitó el Capitán sin interés.
-       La hija de Wendy Darling.
De repente, todo el desinterés en el rostro de Garfio despareció. Y sus ojos se abrieron como platos.
-       ¿Wendy Darling tuvo una hija?
-       Así es.
-       ¿Quién es el padre?
-       Yo… no lo sé.
Garfio parecía muy confundido.
-       ¿Estás seguro de que es su hija? ¿Cómo lo sabes?
-       Bueno… para empezar, vive en la casa donde ella solía vivir. Y su nombre es Faora Darling. También, he logrado acceder a sus sueños. Sus tíos son John y Michael, los hermanos de Wendy.
-       Y… ¿no hay posibilidad de que Wendy tuviera una hermana?
El Guardián lo miró como si fuera un idiota.
-       En sus sueños aparece constantemente el nombre de Wendy. Nunca conoció a su madre, pero sí le han hablado de ella.
El capitán se quedó un momento en silencio, procesando la información que acababan de darle.
-       Tenemos que deshacernos de esa niña.
***
Campanita volaba por los aires, en busca de Peter.
Peter debía saberlo.
Cuando lo supiera…
No sabía que reacción tendría, pero algo cambiaría en él, incluso tal vez…
No. No podía darse esperanzas de ese modo.
El hecho de que Wendy tuviera una hija no significaba que Neverland volvería a ser el mismo lugar de siempre.
Aterrizó en la casa del árbol. 
Pero… él no estaba.
¿A dónde había ido?
Estuvo sentada ahí diez minutos, cuidándose de que no la pisaran los indios que pasaban corriendo de vez en cuando.
Y entonces escuchó sus pasos.
-       Peter… ¿en dónde estabas?
-       Yo… fui por… comida.
Ella alzó una ceja y se encogió de hombros. Lo miró. Le parecía muy grande, pues ella apenas tenía el tamaño de la mano de él.
Aunque, podía también hacerse del tamaño de un humano, pero eso hacía su vuelo menos veloz, así que prefería ser pequeña.
-       Tengo que decirte algo muy importante.
-       ¿Ah, ¿sí?
Campanita odiaba cuando Peter se portaba así. Y desde la desaparición de Wendy lo hacía bastante.
Aunque… ahora parecía un poco menos triste. Lucía esperanzado.
-       Antara me ha dicho algo muy importante.
Peter la miró fijamente y Campanita sintió mariposas en el estómago. Llevaba tanto tiempo enamorada de él… Pero, claro está, eso nunca iba a suceder.
Antara era una amiga de ambos, la líder de las sirenas, y la más sabia de ellas.
-       ¿Qué te ha dicho?
El hada suspiró.
-       Wendy tuvo una hija.
***
Rufio colocó su mano en el hombro de Leire. Ella lloraba desconsolada.
Tenía en brazos el cadáver de Rohana, la que había sido su incondicional amiga.
Ya sólo quedaban cinco de lo que habían sido cientos de niños perdidos.
Leire, su hermana, nacieron al mismo tiempo, pero físicamente eran muy diferentes. Había dejado de ser risueña y soñadora para pasar a ser dura y cruel.
Prentiss, pequeña y menuda, pero muy veloz y audaz.
Nibs, fuerte y alto, eterno enamorado de la anterior.
Racco, muy serio y misterioso, y con el corazón hecho pedazos…
Y él, Rufio, el eterno optimista.
Hasta esa tarde eran seis. Pero los horribles aliados de Garfio, los malditos de los piratas, habían acabado con Rohana.
Llevaban meses sin perder a nadie, casi parecía que las cosas estaban en paz.
Desde la desaparición de Wendy, y la… lo que fuera que estaba haciendo Garfio, los piratas se habían dedicado a asesinar a los niños perdidos a sangre fría.
Aunque, a decir verdad, ya no eran niños. La menor, Prentiss, debía tener dieciséis años. Él y su hermana, Leire, tenían ya casi los veinte. O al menos eso parecía. A veces perdía la cuenta…
Miró el cuerpo de Rohana. Un grave error.
No podía creer que nunca volvería a ver su sonrisa, o que aquellos ojos negros no volverían a brillar.
Le cerro los párpados, pues no soportaba verla así.
Todos estaban desconsolados, y muy heridos. Apenas habían logrado sobrevivir.
Entonces escucharon los pasos.
Todos se tensaron, y levantaron sus armas, alerta.
Leire y él tenían ya sus arcos listos. Prentiss empuñaba su daga con fuerza, mientras que Racco y Nibs se aferraban a sus espadas.
Rufio fue el primero en lanzar la flecha.
Y entonces escuchó el grito.
Campanita por poco esquivó la fecha. Se había hecho de tamaño humano. Sus alas lucían increíbles tan grandes.
El arquero se sonrojó al ver a Campanita.
-       ¡Casi me matas!
-       Lo siento, Camp- susurró él, riendo por lo bajo.
Entonces, de detrás de ella salió Peter.
Todos abrieron los ojos como platos. Peter no solía dejar el árbol por nada.
Y Leire explotó.
-       ¡Hijo de perra!
Tiró a Peter de un salto y comenzó a arañarle la cara.
Rufio tomó a su hermana de ambos brazos y la alejó de Peter.
-       ¡Por tu culpa Rohana está muerta! ¡Por tu culpa Neverland se ha convertido en un infierno!
Peter la miró, apenado.
-       ¡No me importa si tu estúpida Wendy desapareció, o está muerta! ¿Acaso crees que merecemos esto?
-       No- susurró Pan- y por eso voy a remediarlo.
-       ¿Qué? - preguntó Prentiss, perpleja.
-       La hija de Wendy está viva.
La afirmación dejó a todos en un incómodo silencio un par de segundos.
-       La hija de Wendy…- susurró Rufio- ¿Cómo es eso posible?
-       No lo sé- contestó Peter encogiéndose de hombros- Pero es lo que las sirenas dicen…
-       ¿Y eso que importa? - preguntó Racco con cansancio en la voz- ¿Una niña vencerá lo que no ha logrado una tribu de cien personas?
-       Es una maga- murmuró Campanita.
Los niños perdidos la miraron perplejos.
-       Así es- afirmó Peter- Y Camp ha oído decir a las sirenas que tiene más poder del que nunca ha habido en Neverland.
-       Eso es imposible- afirmó Nibs, al borde de la risa- ¡Wendy era una simple mortal!
-       No sabemos quién es su padre- recordó Peter- las sirenas creen que debe ser un mago.
-       ¡Eso no tiene sentido! - gritó Leire furiosa- ¿Por qué se enrollaría Wendy Darling, tu eterna enamorada, con un mago?
La expresión dolida de Peter hizo a Leire mirar al suelo. Tal vez estaba enojada con él, pero había tocado una herida demasiado profunda.
-       No perdemos nada intentando traerla- afirmó Campanita- Peter y yo iremos por ella.
Leire los miró.
-       De acuerdo, Pan, pero si no lo haces, daré yo el golpe final. No me importa que Garfio sea “inmortal”, dudo que pueda sobrevivir con la cabeza degollada.
-       Leire- rezongó Rufio- Morirás si lo haces… Y no lo lograrás.
-       ¡No me importa! ¡Lo intentaré, y si no lo logró, moriré dignamente! Tienes dos días para convencerme de que esa niña es nuestra salvación, o no volverás a verme.
La chica había perdido el juicio, eso claro.
Peter suspiró, y después de despedirse, emprendió el vuelo con Campanita en el hombro.

A un lugar que había jurado no volver a visitar nunca. 

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