Capítulo
uno.
El temido Capitán Garfio miraba al horizonte.
Su barco navegaba, rumbo a la isla de los sueños.
Se acomodó el extraño sombrero, y le ordenó a Smee que
trajera su capa verde.
- Claro,
mi capitán- murmuró él riendo.
Smee siempre era así. Penoso, tímido y muy risueño.
Pero Garfio sabía que detrás de toda esa faceta de persona
humilde y buena (la cual, por cierto, no encajaba para nada en un barco como
aquel) había un hombre sediento por el poder, capaz de hacer todo, hasta ser el
lamebotas del Capitán Garfio, para conseguirlo.
Miro el cielo, descolorido, y recordó cuando estaba teñido
de hermosos tonos violetas y naranjas.
Pero eso fue antes de que toda la magia de Neverland fuera
absorbida por él.
Fue bastante complejo.
Después de que Peter cayera en esa ridícula depresión, toda
la magia de Neverland se tornó extraña, pues Peter ya no podía manejarla con
tantos problemas.
Así que, él, James Garfio, tuvo que acudir a la isla de los
sueños.
Ahí, el único hechicero de Neverland lo ayudo a canalizar
toda la magia de Neverland, y absorberla, para así controlarla.
Eso no lo convertía a él en hechicero.
Oh no, claro que no.
Simplemente portaba y liberaba la magia de Neverland a su
antojo. Pero, sabía que si abandonaba la isla perdería sus poderes, pues no era
un mago.
Si algo extrañaba Garfio de Neverland, eso era el color del
cielo. Siempre le había parecido muy bello.
Pero, no tan bello como para impedir que él robara la
magia.
Smee llegó corriendo con la capa y se la puso al Capitán.
- Capitán…
podría recordarme… ¿para qué vamos a esa isla?
- Smee…
te lo he dicho todo el día. No lo sé, pero El Guardián me ha dicho que ha
pasado algo urgente, algo… peligroso. Y definitivamente debo saber qué es.
Cuando llegaron, fue Garfio el primero en bajar.
Pisó la arena, y sonrió al saber que cada grano de esa isla
le pertenecía.
El Guardián lo esperaba ahí.
Desde que lo conoció, El Guardián era un viejo de cabello
canoso y barba.
Y, a pesar de que ahora el tiempo transcurría más rápido en
Neverland, El Guardián seguía con su mismo aspecto, pues conocía hechizos que
lo hacían no envejecer- aunque los descubrió demasiado tarde, pues ya era un
viejo cuando se los aplicó-.
La única otra persona aparte de El Guardián a quién el
tiempo no afectaba era Garfio.
Ni siquiera Peter, el niño que parecía ser inmortal, se
había salvado. Ya no era un niño…
- ¿Para
qué me has llamado? - preguntó Garfio, impaciente.
- Yo…
será mejor que lo vea por usted mismo.
Garfio asintió, y seguido de Smee, fue a la humilde choza
donde vivía El Guardián.
Violet, la joven hija de El Guardián, abrió la puerta.
- Buenos
días, señor Garfio.
- Gracias,
Violet- respondió él con elegancia.
Ella sonrió.
- ¿Qué
tal va la práctica de la magia?
- Aún no
desarrollo el don, señor… Mi padre dice que tal vez se deba a que mi madre era
una humana, y eso desacelera mi don.
Él asintió, como si le importara.
El Guardián pasó, y les cerró la puerta a todos los piratas
en la cara.
- Si no
les importa, esto es un tanto… privado.
Ellos repelaron, pero al ver la mirada asesina de su
capitán prefirieron guardar silencio.
En el centro de la choza había un pozo. Tenía usos
múltiples, pero en esta ocasión es importante que sepan que puede mostrar
detectar el poder, esté en el reino que esté, y pueden saber de quién proviene.
Algo que, normalmente, solo pueden hacer las sirenas.
- Me ha
llegado una señal… el poder der alguien. Y es nuevo.
Garfio arqueó las cejas.
- ¿Y eso
qué me importa?
- Bueno…
resulta que el poder es de una niña de trece años. O no exactamente una niña. A
esa edad, un mago es ya considerado adulto, pues sus poderes despiertan.
El capitán lo miró sin entender.
- Es por
eso que no había visto sus poderes antes. Y tampoco sabía quién era.
- ¿Y
quién es? – musitó el Capitán sin interés.
- La
hija de Wendy Darling.
De repente, todo el desinterés en el rostro de Garfio
despareció. Y sus ojos se abrieron como platos.
- ¿Wendy
Darling tuvo una hija?
- Así
es.
- ¿Quién
es el padre?
- Yo… no
lo sé.
Garfio parecía muy confundido.
- ¿Estás
seguro de que es su hija? ¿Cómo lo sabes?
- Bueno…
para empezar, vive en la casa donde ella solía vivir. Y su nombre es Faora
Darling. También, he logrado acceder a sus sueños. Sus tíos son John y Michael,
los hermanos de Wendy.
- Y… ¿no
hay posibilidad de que Wendy tuviera una hermana?
El Guardián lo miró como si fuera un idiota.
- En sus
sueños aparece constantemente el nombre de Wendy. Nunca conoció a su madre,
pero sí le han hablado de ella.
El capitán se quedó un momento en silencio, procesando la
información que acababan de darle.
- Tenemos
que deshacernos de esa niña.
***
Campanita volaba por los aires, en busca de Peter.
Campanita volaba por los aires, en busca de Peter.
Peter debía saberlo.
Cuando lo supiera…
No sabía que reacción tendría, pero algo cambiaría en él,
incluso tal vez…
No. No podía darse esperanzas de ese modo.
El hecho de que Wendy tuviera una hija no significaba que Neverland
volvería a ser el mismo lugar de siempre.
Aterrizó en la casa del árbol.
Pero… él no estaba.
¿A dónde había ido?
Estuvo sentada ahí diez minutos, cuidándose de que no la
pisaran los indios que pasaban corriendo de vez en cuando.
Y entonces escuchó sus pasos.
- Peter…
¿en dónde estabas?
- Yo…
fui por… comida.
Ella alzó una ceja y se encogió de hombros. Lo miró. Le
parecía muy grande, pues ella apenas tenía el tamaño de la mano de él.
Aunque, podía también hacerse del tamaño de un humano, pero
eso hacía su vuelo menos veloz, así que prefería ser pequeña.
- Tengo
que decirte algo muy importante.
- ¿Ah,
¿sí?
Campanita odiaba cuando Peter se portaba así. Y desde la
desaparición de Wendy lo hacía bastante.
Aunque… ahora parecía un poco menos triste. Lucía esperanzado.
- Antara
me ha dicho algo muy importante.
Peter la miró fijamente y Campanita sintió mariposas en el
estómago. Llevaba tanto tiempo enamorada de él… Pero, claro está, eso nunca iba
a suceder.
Antara era una amiga de ambos, la líder de las sirenas, y
la más sabia de ellas.
- ¿Qué
te ha dicho?
El hada suspiró.
- Wendy
tuvo una hija.
***
Rufio colocó su mano en el hombro de Leire. Ella lloraba
desconsolada.
Tenía en brazos el cadáver de Rohana, la que había sido su
incondicional amiga.
Ya sólo quedaban cinco de lo que habían sido cientos de
niños perdidos.
Leire, su hermana, nacieron al mismo tiempo, pero
físicamente eran muy diferentes. Había dejado de ser risueña y soñadora para
pasar a ser dura y cruel.
Prentiss, pequeña y menuda, pero muy veloz y audaz.
Nibs, fuerte y alto, eterno enamorado de la anterior.
Racco, muy serio y misterioso, y con el corazón hecho
pedazos…
Y él, Rufio, el eterno optimista.
Hasta esa tarde eran seis. Pero los horribles aliados de
Garfio, los malditos de los piratas, habían acabado con Rohana.
Llevaban meses sin perder a nadie, casi parecía que las
cosas estaban en paz.
Desde la desaparición de Wendy, y la… lo que fuera que
estaba haciendo Garfio, los piratas se habían dedicado a asesinar a los niños
perdidos a sangre fría.
Aunque, a decir verdad, ya no eran niños. La menor,
Prentiss, debía tener dieciséis años. Él y su hermana, Leire, tenían ya casi
los veinte. O al menos eso parecía. A veces perdía la cuenta…
Miró el cuerpo de Rohana. Un grave error.
No podía creer que nunca volvería a ver su sonrisa, o que
aquellos ojos negros no volverían a brillar.
Le cerro los párpados, pues no soportaba verla así.
Todos estaban desconsolados, y muy heridos. Apenas habían
logrado sobrevivir.
Entonces escucharon los pasos.
Todos se tensaron, y levantaron sus armas, alerta.
Leire y él tenían ya sus arcos listos. Prentiss empuñaba su
daga con fuerza, mientras que Racco y Nibs se aferraban a sus espadas.
Rufio fue el primero en lanzar la flecha.
Y entonces escuchó el grito.
Campanita por poco esquivó la fecha. Se había hecho de
tamaño humano. Sus alas lucían increíbles tan grandes.
El arquero se sonrojó al ver a Campanita.
- ¡Casi
me matas!
- Lo
siento, Camp- susurró él, riendo por lo bajo.
Entonces, de detrás de ella salió Peter.
Todos abrieron los ojos como platos. Peter no solía dejar
el árbol por nada.
Y Leire explotó.
- ¡Hijo
de perra!
Tiró a Peter de un salto y comenzó a arañarle la cara.
Rufio tomó a su hermana de ambos brazos y la alejó de
Peter.
- ¡Por
tu culpa Rohana está muerta! ¡Por tu culpa Neverland se ha convertido en un
infierno!
Peter la miró, apenado.
- ¡No me
importa si tu estúpida Wendy desapareció, o está muerta! ¿Acaso crees que
merecemos esto?
- No-
susurró Pan- y por eso voy a remediarlo.
- ¿Qué?
- preguntó Prentiss, perpleja.
- La
hija de Wendy está viva.
La afirmación dejó a todos en un incómodo silencio un par
de segundos.
- La
hija de Wendy…- susurró Rufio- ¿Cómo es eso posible?
- No lo
sé- contestó Peter encogiéndose de hombros- Pero es lo que las sirenas dicen…
- ¿Y eso
que importa? - preguntó Racco con cansancio en la voz- ¿Una niña vencerá lo que
no ha logrado una tribu de cien personas?
- Es una
maga- murmuró Campanita.
Los niños perdidos la miraron perplejos.
- Así
es- afirmó Peter- Y Camp ha oído decir a las sirenas que tiene más poder del
que nunca ha habido en Neverland.
- Eso es
imposible- afirmó Nibs, al borde de la risa- ¡Wendy era una simple mortal!
- No
sabemos quién es su padre- recordó Peter- las sirenas creen que debe ser un
mago.
- ¡Eso
no tiene sentido! - gritó Leire furiosa- ¿Por qué se enrollaría Wendy Darling,
tu eterna enamorada, con un mago?
La expresión dolida de Peter hizo a Leire mirar al suelo.
Tal vez estaba enojada con él, pero había tocado una herida demasiado profunda.
- No
perdemos nada intentando traerla- afirmó Campanita- Peter y yo iremos por ella.
Leire los miró.
- De
acuerdo, Pan, pero si no lo haces, daré yo el golpe final. No me importa que
Garfio sea “inmortal”, dudo que pueda sobrevivir con la cabeza degollada.
- Leire-
rezongó Rufio- Morirás si lo haces… Y no lo lograrás.
- ¡No me
importa! ¡Lo intentaré, y si no lo logró, moriré dignamente! Tienes dos días
para convencerme de que esa niña es nuestra salvación, o no volverás a verme.
La chica había perdido el juicio, eso claro.
Peter suspiró, y después de despedirse, emprendió el vuelo
con Campanita en el hombro.
A un lugar que había jurado no volver a visitar nunca.
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