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jueves, 21 de julio de 2016

Neverland: Capítulo dos



Capítulo Dos.
NARRA FAORA
Golpeo una y otra vez el pupitre con el lápiz mientras intento no dormir en la clase que está dando la Srta. Wilde.
¿De verdad es necesario aprender matemáticas?
¡Es tan fastidioso!
Suspiro e intento contar los segundos en vano.
Así que, paso a mi segunda actividad favorita después de contar cuanto tiempo pasa: pensar en mis padres.
Pensar en mis padres es un gran vacío existencial en mi vida.
Nunca los conocí.
Bueno, sí que conocí a mi madre. Ella desapareció cuando yo tenía poco tiempo de nacer, así que no la recuerdo.
Aunque decir que no la recuerdo sería mentirles un poco. Tengo un solo recuerdo de ella, y es gritando, no de su rostro, ni de su cuerpo. No, es su voz, un grito.
-       ¡No! ¡Sólo no toques a Faora! - es lo que ella grita en mi recuerdo. Supongo que deberé conformarme.
Y a mi padre… bueno, él si es todo un misterio. Ni mi misma madre lo recuerda… digo, recordaba.
Vivo con mi abuela, Mary Darling, y mis tíos, John y Michael Darling.
Hace tres años también vivía con mi abuelo, pero tristemente él falleció. Hoy todavía lo extraño.
Y mis padres…
Bueno, supongo que no puedes extrañar a alguien que no conociste, pero de verdad que lo hago, quiero abrazarlos y sentirme amada, tengo tantas preguntas que hacerles…
Y, aunque mi madre lleva trece años desaparecida, y ya todos en casa la han dado como muerta, yo aún mantengo la esperanza de que, en algún lugar del mundo, ella me esté esperando.
***
Antara miraba al horizonte, con una sonrisa en el rostro.
Tenía las manos apoyadas en su cola de sirena, y se tocaba distraídamente las verdes escamas.
Era el atardecer, cuando todas las sirenas salían del agua, reposaban sus colas en la arena y dejaban que el sol las cubriera.
Antara, como siempre, estaba en su roca.
Era una roca que podía asemejar a una cama- si es que las sirenas sabían lo que era una cama- y normalmente tenía a muchas sirenas ahí parloteando.
Pero, cuando era el atardecer, nadie podía acercarse a la roca, pues en ese hermoso y fugaz instante pertenecía a Antara, la sabia líder de todas las sirenas en Neverland.
Entonces, sonó La Caracola. Clara y fuerte.
Antara frunció el ceño.
¿Quién había venido a buscarla?
La Laguna de las Sirenas era en dónde vivían todas las sirenas de Neverland, y si algún humano pasaba mucho tiempo nadando en sus aguas este sufriría las consecuencias y sus piernas se volverían escamas- si era mujer- o moriría ahogado- si era hombre-.
Así que, por lo general la gente evitaba introducirse ahí, y a no ser que fueras Peter Pan (que era muy admirado por casi todas las sirenas) o que una sirena te citara, estas no estaban muy dispuestas a cooperar.
Pero La Caracola era algo diferente. Estaba posado en la orilla de la laguna y significaba que había una emergencia, o que, en caso de no haberlo, eras del aprecio- o temor- de Antara y no sufrirías las consecuencias de molestar a las mujeres pez.
Antara bajó, algo molesta, de su roca y se sumergió en la alguna.
Movió su cola y nadó con la gracia y elegancia que solo las sirenas tienen, en un par de minutos ya estaba junto a La Caracola. O el lugar dónde se suponía que tenía que estar.
Porque, en este preciso momento, estaba en las manos de Leire, un miembro de Los Niños Perdidos.
Venía acompañado de su hermano, Rufio.
-       Leire, Rufio, de Ninguna Parte y miembros de Los Niños Perdidos… ¿qué se les ofrece? ¿Acaso es esencial interrumpir mi preciado contemplar del atardecer?
-       Siempre tan ceremoniosa, Antara- sonrió él- Sabemos que somos de tu agrado, y que en varias ocasiones nos hemos ayudado mutuamente, así que venimos a hacerte una pregunta.
Antara, jugando con su cabello rojizo, los miro sonriente.
-       No te equivocas al decir que son de mi agrado, gran arquero, y es por eso que atenderé gustosa la petición que me presentas. ¿Cuál es la pregunta que quieres formularme?
Leire rodó los ojos y fue al grano.
-       ¿Es cierto que la hija de Wendy Darling existe? ¿Qué está viva?
La sirena asintió, mirándolos fijamente, y con una pequeña sonrisa esperanzada en el rostro.
-       ¿Y por qué lo hemos sabido hasta ahora?
-       La magia en los niños es misteriosa, Leire. Como sabes, las sirenas tenemos la bendición de poder detectar la magia cuando estamos debajo del agua, además de otras cualidades que nos hacen sabias. Pero, la de los niños es… diferente. Al ser inmaduros, su magia no es potente. Incluso a veces desaparece. Pero, cuando cumplen trece años, digamos que su magia se activa, y es hasta entonces cuando podemos visualizarla.
La Niña Perdida soltó un suspiro dramático.
-       No sé qué puede tener eso de malo- susurró Antara.
-       Yo tampoco- le dio Rufio la razón.
-       ¿No lo entienden? ¡Esto desatará una guerra!
-       Más bien, la finalizará- susurró su hermano.
La chica lo pensó un momento, y pareció estar de acuerdo. O, al menos, no mostró señales de desacuerdo.
-       ¿Y por qué te pones feliz, Antara? No veo que el dominio de los piratas les afecte mucho a las sirenas.
-       Es cierto, no nos afecta mucho- susurró Antara- Pero…
-       Nunca he entendido por qué, a diferencia de la mayoría, viven tan bien, después de la explotación de los piratas y la mutación de la magia…- interrumpió Rufio- ¿Cómo lo hacen?
-       La mutación de la magia no nos afectó porque nosotras no dependemos de la magia de Neverland, si no de la nuestra. Saben que estamos repletas de magia, y por eso lo está esta laguna- explicó Antara con paciencia- Y los piratas no nos han hecho nada por qué no son tontos. Saben lo que les conviene, y meterse con nosotros ciertamente no les conviene.
Rufio asintió.
-       Gracias por resolver mi duda, Antara- susurró Leire con una sonrisa y le entregó unas perlas- Considéralo una forma de decir gracias. Las encontré hoy por la mañana.
Peter había partido por la noche, y aún no había vuelto. Tenía un día.
Antara ya se estaba sumergiendo en el mar, pero Rufio le puso una mano en el hombro.
Ella lo miró con las cejas alzadas.
-       Yo… tengo una pregunta.
-       Dime.
-       ¿Cómo nacen las sirenas? ¿Y cómo llegaron aquí?
-       Hay algunas preguntas a las que no te corresponde conocer las respuestas, mi niño.
Al Niño Perdido lo irritó que le llamará “mi niño”, pero no le importó.
-       Bueno, al menos dime… ¿tú estuviste aquí cuando llegaron?
Antara asintió, y con una sonrisa traviesa, se sumergió en La Laguna.
-       Siempre tienes que ser tan curioso- musitó Leire enojada mientras se marchaban de vuelta a La Casa del Árbol.
-       Si no fuera curioso, no sabría tanto.
Ella esbozó una sonrisa cruel.
-       Solo recuerda que la curiosidad mató al gato, hermanito.
***
Faora tocó la puerta de su casa.
Las clases habían terminado, y al fin estaba en paz.
Escuchó el sonido de las llaves dando la vuelta, y en un segundo su abuela ya la miraba con una sonrisa de oreja a oreja.
Abrazó a Faora y la dejó pasar.
John y Michael le habían contado que antes solían tener doncellas y servidumbre, pero despidieron a todos después de que se esparció el rumor de “la locura de Wendy”.
Resulta que la madre de Faora, Wendy, todo el día soñaba despierta y hablaba de un tal “Peter Pan”, así que los criados comenzaron a correr el rumor de que estaba loca.
Llegaron hombres y entraron a la casa, amenazando con llevarse a Wendy. Así que ella tomó el primer barco que encontró y se fue a China y países muy, muy lejanos.
Regresó poco tiempo después, embarazada y sin recordar lo que había ocurrido.
Faora sacudió su cabeza, alejando esos tristes recuerdos de su pensamiento.
-       ¡Faora! ¿Cómo ha estado la escuela?
-       Aburrida- susurró ella con una sonrisa- ¡Pero ya estoy en casa! ¡Estoy tan feliz, abuela!
-       ¿Y eso por qué? – preguntó Mary Darling.
-       Mañana no hay que ir a la escuela- contestó su nieta con una sonrisa.
Mary soltó una risotada y comenzó a hacerle cosquillas.
La niña entró a la casa, era grande, y supuso que en sus tiempos era gloriosa, pero ahora estaba descuidada y bastante pasada de moda.
-       ¿No han llegado Michael y John?
-       Sí- afirmó Mary- Están en su habitación.
Faora subió las escaleras de dos en dos y fue directo a la habitación de John. Adoraba a ambos tíos, pero John era su predilecto, era el que más estaba dispuesto a contarle de su madre, pues Michael era un tanto más reservado.
Entró a la habitación corriendo.
-       ¡Hola, John!
Pero John no estaba ahí. Frunció el ceño, confundida.
Fue a la habitación de Michael, pero tampoco había nadie.
Faora se encogió de hombros, probablemente habían salido sin que La Abuela los viera. Iban a trabajar todo el día hasta la cena, pero a esa hora tenían un breve descanso. Lo más seguro es que ya se hubieran marchado.
Eso significaba que, a excepción de La Abuela Mary- que realmente no contaba, pues estaba bastante concentrada preparando la cena-, Faora estaba sola en casa.
La niña corrió a su habitación, y tomó una silla de madera. En el lugar más alto del librero, metido en un libro que nadie- ni siquiera ella- se dignaría a leer jamás, estaba su posesión más preciada.
Lo había encontrado en el sótano, un día mientras incursionaba, y desde entonces lo leía siempre que podía.
Sacó lentamente el diario de su madre, una libreta de cuero café que tenía su nombre escrito en letras grandes y una caligrafía cuidada.
Y se puso a leerlo. Leyó las “locuras” de su madre, aunque ella creía, de todo corazón que eran ciertas.
Leyó sobre Peter Pan, el hada llamada Campanita y las sirenas. Se maravilló pensando en Neverland, y deseaba luchar con piratas y darle un buen golpe al Capitán Garfio.
En el diario de ella, la última entrada era antes de irse a recorrer el mundo, así que no había ni una pista de la identidad de su padre. Bueno, no el todo.
Algo que llamaba su atención, era que Michael y John eran mencionados constantemente.
Si les preguntara sobre Neverland y su veracidad…
Pero no, si Faora preguntaba a sus tíos, tendría que explicarles que hurtó el diario, así que prefería quedarse con la duda, al menos por ahora.
Pero lo que más la maravillaba y dejaba boquiabierta, el motivo de que leyera ese diario una y otra vez era Peter Pan.
Wendy hablaba de Peter con tanto amor. Lo describía como un niño perfecto, increíble y maravilloso. Incluso en papel, Faora podía sentir el amor de su madre por el niño que no quería crecer, tanto que se sentía capaz de tocarlo y mirarlo.
Secretamente, Faora tenía una teoría.
Una teoría un poco descabellada, pero que no tenía nada de extraño.
La teoría de Faora era que Peter Pan era su padre.
***
Ya había pasado la cena, y John y Michael seguían sin aparecer.
Mary Darling miró el reloj, con una mirada de desesperación.
-       Solo… todo esto debe tener una explicación razonable- aseguró Mary con una sonrisa.
Faora asintió, intentando así consolar a su abuela.
Miró los ojos alterados de ella, y sintió una punzada de culpabilidad.
Esa punzada de culpa era algo habitual en la vida de Faora.
Siempre que sus tíos bromeaban sobre estar solteros, o que La Abuela Mary se quejaba de una nueva cana, Faora se sentía inmensamente culpable y triste.
Sabía que era su culpa que sus tíos no estuvieran casados con una hermosa doncella que llegara a su altura, o que su abuela estuviera tan estresada.
Si ella no existiera, tal vez sus vidas serían más normales.
Si Faora no hubiera nacido, sus tíos ahora tendrían hijos, pero como tenían que hacerse cargo de ella, no podían.
Y tal vez si ella no hubiera nacido, su abuela estaría menos estresada, y se hubiera ido a vivir a algún otro lugar donde todo lo que veía no le recordara a su amada y desaparecida hija.
Pero, lo que más le dolía es que, tal vez si ella no existiera, el abuelo Darling seguiría vivo, pues bien sabía Faora que su enfermedad era causa de la tristeza de la desaparición de Wendy, pero también del hecho de tener que desvivirse por ella.
-       Será mejor que vayamos a dormir, Abuela- murmuró Faora.
-       Faora- dijo ella, con la voz hecha un desastre- ¿Te importaría dormir conmigo está noche?
Claro que no le importaba. Sabía que su abuela estaba preocupada. Ya había perdido a una hija, no quería perder más.
-       Claro, abuela.
Así que, ambas durmieron en la misma cama, por muy indecente y escandaloso que resultara.
O bueno, intentaron dormir, porque ambas estaban nerviosas, muy nerviosas, poniendo atención al más mínimo ruido, esperando que fueran Michael y John.
***
Peter vio la casa de Wendy, y el corazón le di un vuelco.
Llevaba un buen rato volando, pues su sentido de la orientación era pésimo, y a pesar de haber venido tantas veces a casa de los Darling, no recordaba el camino.
Por un momento, Peter esperó escuchar la risa de Wendy y ver sus ojos brillantes, pero sabía que eso no iba a ocurrir. Wendy no estaba ahí.
Se acercó a la ventana de la que solía ser la habitación de Wendy, y esta, para su sorpresa, no tenía llave.
Esperando que Faora estuviera ahí, la abrió lentamente.
Pero no, la hija de Wendy no se encontraba ahí.
Campanita lo miró.
-       ¿Y si se han mudado?
-       Antara dijo que estaba aquí. Debe estar aquí. Vamos a ver el resto de las habitaciones.
Asintiendo, el hada siguió a su amigo.
***
Alguien había abierto una ventana.
Faora y su abuela lo habían oído con claridad, y voltearon a verse confundidas.
Ambas asintieron y salieron lentamente de la cama.
Con el corazón latiendo muy rápido, y las manos sudando por los nervios, Faora tomó un jarrón. Seguramente serviría en caso de que hubiera un ladrón merodeando por ahí.
Entonces, vio a alguien salir de su habitación (que solía ser la de su madre) y se quedó boquiabierta.
A pesar de la oscuridad, y el miedo del momento, Faora había leído el diario de su madre las suficientes veces como para saber que ese era Peter Pan, y venía acompañado de Campanita.
***
Y entonces Peter la vio.
A la primera persona que miró, fue a la madre de Wendy. Se veía mucho más vieja que como la recordaba, pero seguía siendo muy bella. Ella no lo conocía, pero a veces Peter la miraba al pasar volando hacia la ventana de su hija.
Y, entonces, su mirada se posó en Faora.
Era tan parecida a Wendy… bueno, los ojos de Faora eran cafés, pero dejando a lado ese detalle podría haberlas confundido.
El corazón le tembló como siempre hacía cuando miraba a Wendy, y los ojos se le llenaron de lágrimas, se cubrió la boca, impresionado.
Pero, tuvo que dejar de lado la impresión, cuando Mary Darling gritó furiosa:
-       ¡¿Qué hace en mi casa?! ¡Largo!
Peter dio un paso al frente, y poco a poco se acercó.
-       Lo siento, Sra. Darling. No pretendía asustarla- susurró, y luego dijo más fuerte- Mi nombre es Peter Pan, y necesito la ayuda de ambas. 

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