miércoles, 1 de junio de 2016

Neverland: Prólogo

Prólogo.

¿Alguna vez te has imaginado un mundo donde todo es perfecto?
¿Un mundo donde puedes volar? ¿Un mundo con hadas, piratas e indios? ¿Un mundo sin tareas?
Pues sí existe.
Y su nombre es Neverland.
***
En Neverland todo es posible. Los niños vuelan y viven felices. Hay sirenas y hadas. Hay magia.
El centro de toda esa magia es un chico, que no tendrá más de doce años en apariencia, llamado Peter Pan.
Gracias a Peter existe la magia de Neverland, y él la controla. Si la magia de Neverland cayera en manos equivocadas, todo saldría mal.
Nadie recuerda cuando llegó Peter a Neverland, ni cómo. Ni siquiera él mismo lo recuerda. Lo único que saben es que gracias a él sus vidas son maravillosas.
Peter nunca envejece. Nadie sabe por qué, pero él siempre se conserva con su figura de niño. En cambio, las personas que lo rodean sí que crecen. Aunque a un ritmo bastante más lento que al de los humanos normales.
Peter vive en El Árbol del Ahorcado, junto con cientos de niños perdidos. Niños que sus padres olvidaron en la tierra y ahora viven en Neverland.
 Ahí viven muchas aventuras y no obedecen a nadie.
La mejor amiga de Peter se llama Campanita. Es una pequeña hada, que es muy poderosa, y cuando quiere puede volverse del tamaño de un humano, pero ella prefiere permanecer tan pequeña como un meñique.
Campanita es un año más joven que Peter, aunque a diferencia de él, ella sí que envejece.
La mayor parte del tiempo, Peter y sus amigos buscan tesoros y los esconden en la casa del ahorcado.
A veces, Peter, Campanita y los niños perdidos vuelan por los arcoíris, o juegan con Tiger Lily, la princesa india. Incluso visitan a las sirenas de vez en cuando y escuchan sus estupendos conciertos.
Pero no todo es felicidad en Neverland.
Una terrible banda de piratas, que llegaron siendo demasiado adultos, y cuya felicidad había sido historia, llegaron una tenebrosa noche a Neverland.
Proclamaban decir venir en busca de oro y territorio, aunque secretamente buscaban controlar Neverland, y la magia que había en ella. Pero no contaban con que tendrían que enfrentarse a Peter Pan y sus aliados.
Constantemente eran derrotados, pues Neverland amaba a Peter, y si Peter no quería a los piratas, tampoco Neverland.
Por años fueron enemigos, pero nunca lograron ganar nada.
Hasta que Peter Pan, el niño que no crecía, el irresponsable que vivía cada día como si fuera el último, se enamoró.
***
Cierta noche, Peter miraba a las estrellas.
A veces, cuando se ponía triste se sentaba a la orilla del mar y se ponía a escuchar lo que éstas susurraban. Se ponía triste bastante seguido.
La mayoría de las veces se ponía triste a propósito, pues como buen niño, le encantaba llamar la atención.
Un par de veces se inventó que un amigo, del que nunca nadie había oído hablar, había muerto, otras que las sirenas lo habían llamado malcriado, e incluso cierta vez se inventó a una novia que lo había botado, y se empeñaba tanto en hacer que los niños perdidos se creyeran la historia que el terminaba creyéndola también.
Así que se ponía triste e iba a mirar las estrellas.
Neverland amaba a Peter, y como las estrellas eran parte de Neverland, las estrellas lo amaban también.
Y como odiaban verlo triste, le traían fragmentos. Le soltaban conversaciones que tenían las personas en otros mundos. Mundos lejanos.
Para Peter, todo eso era sumamente interesante, y lograba ponerlo feliz.
La noche en particular, Peter estaba muy triste, y curiosamente sí tenía una razón.
Había escuchado a los niños perdidos comentar algo sobre sus vidas pasadas, y algo llamado madre. Una mujer que los cuidaba y amaba. Que les contaba cuentos.
Él no recordaba nada de su vida pasada, o si incluso había tenido una, y sintió tristeza al pensar que nadie lo había amado, ni lo amaba.
Las estrellas le llevaron la voz de una niña. Contaba un cuento, sobre aventuras y mundos nuevos. Sobre princesas y bailes, y magia. ¡Era justo como los niños perdidos habían descrito a una madre!
El chico quedó embobado con las historias que ella contaba, y pidió a las estrellas que lo llevaran a donde estaba aquella bella criatura.
Neverland amaba a Peter, y como las estrellas eran parte de Neverland, las estrellas lo amaban también. Por eso, cuando él pidió eso, con todas las fuerzas de su corazón, y cerrando los ojos con fuerza, no dudaron en conceder su deseo.
***
Peter volaba por las calles de una bella ciudad. Volar era fácil para Peter, tan solo necesitaba polvillo de hadas y podía lograrlo.  
Las estrellas le habían dicho que el lugar donde se encontraba era Londres, la capital de un país llamado Inglaterra.
Eso no significó mucho para Peter, quien no sabía lo que era un país, y mucho menos lo que era una capital.
Los edificios impresionaron a Peter, no solía salir muy a menudo, pues sabía que había mundos mucho más peligrosos y mágicos, y que podría perderse en ellos. Pero cuando se daba la rara ocasión de que él saliera, todo le parecía impresionante.
Llegó a la ventana de la niña, y la escuchó en silencio. No quería alertarla.
Les contaba un bello cuento a dos niños, uno más alto que ella y uno que apenas debía de haber dejado de usar biberón.
Peter no prestó mucha atención a los niños. Miraba embobado a la bella criatura que tenía enfrente. Cabellos cafés, piel fina como la porcelana, una nariz bella y cuidada, algunas pecas en ella y ojos de color azul, como el cielo cuando era de día.
Contaba la historia emocionada, mientras miraba al techo. Peter tuvo suerte de no ser visto.
Cuando terminó de relatar el cuento, ella y los niños se durmieron.
Peter no se fue. Se quedó observándola mucho tiempo. En silencio, solamente haciendo ruido para respirar. Tuvo ganas de abrir la ventana y entrar, pero temió interrumpir el sueño de la bella criatura.
En Neverland había niñas. Estaba Campanita, y la princesa india, Tiger Lily. Incluso había un par de miembros femeninos en los niños perdidos, como eran Leire y Rohana, pero ninguna se comparaba al ángel que dormía tranquilamente. Ella sí que parecía una madre.
Había algo en sus ojos que a Peter le pareció mágico. Una dulzura que no encontraba en nadie más en la isla, ni siquiera en su reflejo. Y, como él decía siempre, su reflejo era bastante bello.
No fue hasta que el sol salió que Peter volvió a Neverland, pensando en la bella niña.
Y estaba tan distraído, que no fue hasta que Campanita se lo dijo, que se dio cuenta de que había perdido algo.
¡Había dejado su sombra!
***
Volvió por ella, acompañado de Campanita, quien, en el lenguaje de las hadas, se quejó todo el tiempo.
Entró lo más silencioso posible.
Pero, curioso como un niño, no pudo evitar sorprenderse de todas las maravillas que había en aquella casa.
La cosa en cuestión, el extraño artefacto que lo había maravillado como nada antes lo había hecho, era un sombrero.
Lo observó maravillado. ¡Qué gracioso era! En Neverland los piratas usaban sombreros, e incluso él usaba un gorrito de vez en cuando, pero este sombrero no era nada comparado con los otros. Era negro y alto. ¡Tenía que enseñárselo a los niños perdidos!
Soltó una carcajada al imaginarse a Campanita usando ese extraño sombrero.
Se cubrió la boca, consciente del ruido que hacía. Tomó el sombrero y se decidió a salir.
Pero… ¡la sombra no lo seguía!
Tenía que pegarla a él.
Intentó varias técnicas, pero en todas fracasó.
Cuando intentó pegárselo con jabón (estaba ya muy desesperado el pobre chiquillo), escuchó una voz.
-       ¿Qué estás haciendo?
Volteó hacia el lugar donde provenía a voz y el corazón le dio un brinco.
-       Pegarme mí sombra, ¿no es obvio?
La niña soltó una carcajada.
-       Pero… ¿cómo entraste? 
-       Entré volando por la ventana. ¿Cómo más?
Ella volvió a reír.
-       ¡Hablo en serio! ¿Cómo has entrado aquí? A mí me pareces gracioso, pero a mis padres…
-       ¿Me has llamado gracioso?- preguntó Peter poniéndose colorado del enojo- ¡Yo soy un fiero guerrero, líder de los niños perdidos! ¡Nadie me llama gracioso! ¡Y hablo muy en serio cuando te digo que…!
El chico guardó silencio al sentir la mano de la niña cubrirle la boca.
-       Shhh, mis padres van a oírte y van a despertarse, enfadarse y echarte de aquí. Vale, te creo que has entrado por la ventana… ¿cómo te llamas?
-       Peter Pan- susurró él, espantado ante la posibilidad de despertar a los… ¿cómo los había llamado ella? ¿Padres?
-       Encantada de conocerte, Peter Pan, mi nombre es Wendy Moira Angela Darling.
Peter la miró. Tenía un nombre gracioso.
-       Creo que deberías coser mi sombra- ordenó Peter.
-       ¿Perdón? ¿Qué acabas de decirme?
-       Acabo de ordenarte que cosas mi sombra.
-       ¿Y quién eres tú para ordenarme?
Él la miró incrédulo.
-       ¡Pues tú eres una niña! ¡Los niños le mandan a las niñas!
Wendy se llevó las manos a la cintura, enfadada.
-       Y supongo que también es así de donde tú vienes… jamás he entendido que tienen de diferente los niños de las niñas…
-       Es fácil, las niñas son más listas- contestó él, intentando arreglar su error. No quería hacer enfadar a Wendy. - Y es por eso que nosotros les ordenamos, para no sentirnos tan tontos.
Una sonrisita de suficiencia se dibujó en el rostro de la niña.
-       De acuerdo, coseré tu sombra.
Peter la observó silencioso, inspeccionando cada movimiento de Wendy, mientras esta bajaba de la cama. Vestía un camisón blanco y tenía los pies descalzos.
El chico miró los pies de ella, curioso. Le sorprendió observar que no presentaban herida alguna, a diferencia de los de él, que se encontraban repletos de yagas y cortadas. Tuvo la tentación de tocarlos, pero se contuvo. No quería incomodarla.
-       Iré por hilo y aguja, para coser tu sombra.
La niña abrió un cajón, y se cubrió la boca con ambas manos, después de soltar un ruido de sorpresa.
Peter la miró con una ceja levantada. Entonces, vio a una figura brillosa salir del cajón, protestando.
¡Se había olvidado de Campanita! ¿Cómo había terminado ahí metida?
-       ¿Y esa cosa qué es?- chilló Wendy visiblemente espantada.
-       Es un hada. ¿Por aquí no hay?
Wendy se llevó las manos a la cadera.
-       ¡Está bien! ¡Ya estuvo bueno! ¡Vas a decirme ahora mismo quién eres y que haces aquí, y de dónde provienes!
Peter lanzó un suspiro de desesperación.
-       De acuerdo- susurró- Pero no tengo tanto tiempo, así que te lo diré mientras coses.
Wendy asintió y comenzó a coser la sombra.
-       Mi nombre es Peter Pan. Y vengo de Neverland.
La niña lo miró confundido.
-       ¿Neverland?
-       Es una tierra lejana, dudo que la conozcas. Es fantástica, hay magia y aventuras, y no tienes que preocuparte por nada.
-       ¿Y cómo llegaste ahí?- ahora la niña parecía más relajada.
Peter se rascó la cabeza, con la mirada en el techo.
-       Realmente no lo sé. Fue hace tanto tiempo que no lo recuerdo. Pero sí sé que no nací allí.
-       ¿Y cómo sabes eso?- susurró Wendy.
-       Porque…No lo sé. Solamente no siento que haya nacido allí.
-       ¿Y hay más criaturas allá? ¿Criaturas como… ella?- Wendy miró a Campanita de reojo.
La pequeña hada, de cabello café, le sacó la lengua a Wendy y le dijo una palabrota, pero como la niña no hablaba el lenguaje de las hadas solamente escucho el ruido de los cascabeles.
Peter la miró enfadado, y el hada soltó una carcajada.
-       Así es. Hadas, sirenas, indios, piratas…
-       ¡Sirenas!- Wendy pareció visiblemente emocionada por la mención de estas- ¿Y crees que podrías llevarme allá?
-       Podría ser.
Wendy aplaudió emocionada, pero la sonrisa se borró de su rostro.
-       Un segundo. ¿Y qué haces tú aquí?
El niño se puso rojo de la cabeza a los pies.
Pensó hábilmente en una mentira. No quería que Wendy supiera que él buscaba su sombra, y que la había estado observando.
-       Los niños perdidos y yo estamos buscando una madre- la palabra sonaba torpe y extraña en sus labios- Porque no tenemos.
-       ¿Los niños perdidos?
-       Son niños que sus padres olvidaron, o que las niñeras dejaron caer de sus carriolas. Llegaron a Neverland y son mis amigos.
-       ¿Y de dónde sacarás una madre?
Peter la miró, incrédulo.
-       He visitado todas las casas de Andrés… digo, de Londres, y he visto cientos de niñas- mintió de nuevo- Y eres tú a quién he elegido como madre de los niños perdidos.
Wendy pegó un brinco hacia atrás, lastimando a Peter con la aguja.
-       ¿A mí?- puso la mano sobre sus pecho- ¿Y eso significa que tengo que ir contigo?
-       Pues claro.
Una extraña expresión se dibujó en el rostro de ángel. Entre alegría y confusión.
-       De acuerdo. Iré contigo. Pero con una condición. Mis hermanos también vienen.
¿Sus qué?
-       ¿Hermanos?
-       Los niños que están dormidos allí- señaló a dos niños, que estaban en una cama cada uno.
-       Claro. Se llevarán de perfección con los niños perdidos.
Wendy lo miró fijamente.
-       Y si quiero volver a casa me traerás inmediatamente.
Peter vaciló un instante.
-       De acuerdo.
-       Júralo.
-       Lo juro.
Los niños estrecharon las manos.
Wendy terminó de coser la sombra, y despertó a sus hermanos, John y Michael, quienes aceptaron de inmediato.
A pesar de que Campanita se opuso al principio, Peter roció a los tres niños con polvillo de hadas y les enseñó a volar.
Y así, dejando la ventana abierta, y las camas desarregladas, descalzos y en pijama, con la emoción en el corazón, y más en el fondo un poco de miedo, Wendy, Michael y John partieron a Neverland.
***
Vivieron cientos de aventuras. Lucharon contra piratas, nadaron con sirenas y cantaron con los indios.
Pero al final Peter se vio obligado a cumplir su promesa.
Wendy era una niña inteligente, y sabía que no podía ser joven por siempre. Por ello pidió a Peter que la llevara de vuelta a casa, con sus hermanos.
Con un gran dolor en el corazón él lo hizo.
Aunque no pensaba dejarla ir tan fácil.
***
Todas las noches iba a visitarla. Aunque de vez en cuando se olvidaba de hacerlo.
Wendy le contaba historias maravillosas, y Peter, totalmente enamorado, la escuchaba.
No podía ser más feliz.
Pero la vida es caprichosa, y por ello su felicidad no duró mucho.
***
Hubo un tiempo en el que Wendy no estuvo, John y Michael le dijeron a Peter que ella se había ido a viajar por el mundo, a descubrir más.
Él lo aceptó, y fue todas las noches a visitarla, con la esperanza de encontrarla.
Para ese entonces habían pasado tres años desde que Wendy había visitado Neverland, y contaba ya con dieciséis años.
Cuando la volvió a ver ella estaba cambiada.
Tenía el rostro pálido, y con ojeras. Sus bellos ojos habían perdido su brillo y ahora parecían llenos de terror.
Y eso no era lo peor.
Wendy estaba embarazada, y ni siquiera sabía quién era el padre. Algo que estaba muy mal visto en la sociedad en la que ella vivía.
Pero de esto último Peter no se enteró, Wendy lo mantuvo totalmente en secreto, pues, al igual que el chico, ella estaba enamorada de Peter, y temía perderlo si él se enteraba.
Por ello, siempre que Peter la visitaba la encontraba en cama, alegando que se encontraba enferma.
Él, al ser inocente como un niño, le creyó.
Un error del que se arrepentiría.
***
Nueve meses después, Peter tocó a la ventana de Wendy. Habían pasado siete días en que había olvidado visitarla, pero estaba listo para verla de nuevo.
Habían transcurrido casi dos años desde que ella ya no dormía con sus hermanos. Su cama se encontraba tendida, y todo estaba perfectamente arreglado, sin ninguna evidencia de la presencia de Wendy.
El corazón de Peter se aceleró y las manos le sudaron. No estaba seguro del por qué.
John lo miró triste.
-       No está, Peter- susurró- Y no la vas a encontrar.
-       ¿Qué quieres decir? ¿Se ha mudado?
El joven, dos años mayor que su hermana, negó con la cabeza, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
-       Wendy desapareció hace una semana.
-       ¿Qué quieres decir con que desapareció?
Él lo miró desesperado.
-       ¡No está! ¡Ha desaparecido! ¡No sabemos dónde está!- gritó- ¡No sabemos si se ha ido, o si se la llevaron! Pero no volveremos a verla.
***
Peter se hundió.
Todos los hilos en su interior se rompieron. Cayó en una terrible depresión, y nada podía contentarlo. Buscó a Wendy por todas partes, pero nunca la encontró. Viajó a todos los mundos, por muy peligrosos que fueran, pero en ninguno logró ver ese par de bellos ojos.
Y se sumió en la tristeza, con el corazón roto.
Neverland amaba a Peter, y si Peter estaba triste, Neverland también lo estaba.
La magia de Neverland se volvió extraña, tenebrosa. Los terrenos cambiaron y surgieron nuevas y terribles criaturas.
Las personas comenzaron a envejecer con más prisa, los residentes de Neverland crecían más rápido, y los que no habían nacido ahí ahora también lo hacían, al ritmo de un humano normal.
El temible Capitán Garfio había aprovechado el momento, y la oscuridad que había, para invocar un hechizo, que le dio el control sobre Neverland.
Todo parecía perdido.
***
Pero había algo que Peter no sabía.
Más bien debería decir que había alguien de quién Peter no sabía.
John y Michael cerraron las ventanas, pues dejaban entrar el aire.
Su hermana les había pedido que guardaran el secreto, e incluso ahora que ya no estaba iban a hacerlo.
-       Debemos mantenerla alejada, John. Alejada de Peter, y de Neverland- Michael, con diez años, lo miró.
-       Y eso haremos, Michael. Es peligroso, eso destruyó a nuestra hermana, no dejemos que destruya también a su hija.
Una pequeña bebé, con apenas una semana de haber nacido, descansaba junto a sus tíos en una diminuta cuna.
Respiraba con tranquilidad.
-       ¿Cuál es su nombre, John?
-       El nombre que Wendy le escogió, Michael.
Faora.
La pequeña niña abrió lentamente los ojos.
Faora Darling, hija de Wendy Darling.

Esta es su historia. 

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