15
Antes
de volverse loco, Tyberius Walls era un exitoso empresario, y un gran amante
del té.
A
los diecinueve años, después de que su padre decidiera que ya había trabajado
suficiente como para descansar el resto de su vida, el joven Tyberius heredó
“Sombreros Walls”, una famosa marca de sombreros en Londres, la prestigiada
capital de Inglaterra.
Así
que, todos los días, se ponía una bola de gel en su perfectamente peinado
cabello pelirrojo, y un sombrero negro y elegante, y se iba a trabajar, firmar
cuentas, dar órdenes y llamar proveedores.
La
noche que dio origen a su locura había ocurrido cuando él tenía nueve años,
pero el episodio quedó olvidado hasta una fría noche de invierno, cuando
Tyberius dormía en su cama con plumas de ganso.
Ese
día, había sido increíble para Tyberius, pues Margot, su eterna amada, había
respondido positivamente a su pedida de matrimonio.
Es
por eso que dormía con una sonrisa en el rostro, hasta que su traicionero
subconsciente le hizo recordar una noche que cambiaría la vida de Tyberius para
siempre.
***
En
el recuerdo, Tyberius tenía nueve años, como ya he mencionado anteriormente.
Era
una tarde de verano, pero no era calurosa, pues en Londres no suele hacer mucho
calor.
Llovía
con mucha fuerza, como no había llovido en un buen tiempo, y el pobre Tyberius
temblaba de miedo al escuchar los relámpagos.
Su
madre, Anabelle, se acercó a arrullarlo.
-
Mamá…
¿me cuentas un cuento?
Anabelle
sonrió asintiendo, y recordó un viejo cuento que le contaba su vecina (un poco
chiflada) sobre El País de las
Maravillas, lugar al que aseguraba haber ido.
Le
habló sobre los naipes y La Reina de Corazones, el té y la magia… y a Tyberius
le pareció un lugar a donde querría estar por siempre.
***
Cuando
despertó, fue con una sonrisa al recordar su infancia.
Pero,
ese episodio quedó en el olvido y siguió haciendo sombrereros.
***
Unos
meses después, el hermano de Margot, John, le pidió un sombrero, así que
Tyberius fue a tomarle las medidas.
Pero
John no trabajaba en un lugar ordinario. Oh no, John trabajaba en un manicomio,
y no podía salir mucho, así que Tyberius tuvo que ir a tomarle las medidas ahí.
Entró,
acompañado de dos guardias, y con un poco de miedo.
Vio
a los pacientes mirarlo curioso, la mayoría sueltos, y se sintió desprotegido y
desnudo.
Llegó
a la oficina de John, y le tomó las medidas.
Cuando
estaba por terminar, John recibió una llamada.
-
Oh.
Uno de los pacientes se ha salido del edificio. ¿Te importaría regresar solo a
la entrada?
El
corazón de Tyberius se aceleró.
Por
supuesto que le importaba regresar solo, no quería estar rodeado de locos.
Pero,
como todo buen caballero, sonrió y negó con la cabeza.
-
En
absoluto.
Salió
de la oficina y caminó con cuidado, hasta que una chica se acercó a él.
Tenía
el cabello rubio, casi blanco, bastante descuidado y sus grandes ojos verdes le
observaban fascinados.
-
Casi
juraría que provienes del País de las Maravillas.
Tyberius
se quedó congelado.
¿El
País de las Maravillas?
¿Qué
sabía ella de un reino que su madre se había inventado?
-
¿El
País de las Maravillas?
-
Oh,
claro, viví ahí una temporada. Aunque ellos me encerraron aquí porque creyeron
que eso era una locura.
Tyberius
la miró sin poder creerse lo que le decía.
-
¿Eres
hijo de Anabelle?
Cada
uno de los nervios de su cuerpo se activó, y una mueca de horror se dibujó en
su rostro al oír eso. ¿Cómo es que esa mujer sabía todo aquello?
-
Supongo
por tu expresión que sí. Ella era mi amiga ahí, hasta que las dos decidimos ir
a explorar otros reinos. A ella le fue muy bien, pues aprendió que era mejor no
abrir la boca, pero nunca me vino a buscar. Te reconocí por el cabello
pelirrojo y los grandes ojos verdes… ¿Cómo está?
-
Muerta-
susurró él, y salió del manicomio, con el corazón latiendo muy fuerte.
***
Anabella
no estaba muerta.
Pero
Tyberius no quería conversar con aquella rara mujer.
Aunque,
a decir verdad, no había dejado de pensar en eso todo el día, y un pequeño
instinto en su corazón le decía que fuera a buscar de nuevo a esa loca.
Abrió
la puerta de la casa que compartía con sus apdres, y entró, hecho un manojo de
nervios.
Anabella
lo miró con una sonrisa, pero este no la correspondió.
-
¿Ocurre
algo, amor?
-
Sí.
Hoy conocí a una amiga tuya.
Su
madre lo miró, expectante.
-
Está
en el manicomio. Rubia, loca y muy molesta.
La
mujer palideció.
-
Rein-
susurró.
Así
que era cierto. Se conocían, pero eso no quería decir que…
-
¿El
país de las maravillas existe?
Anabella
suspiró y tomó aire.
-
Es
hora de que te cuente una historia por última vez.
Y le
contó todo.
Como
ambas eran grandes amigas en la infancia, pero que cuando crecieron quisieron
conocer otros reinos. Que una oruga que hablaba les dijo que nunca mencionaran
El País de las Maravillas a nadie, y que les dijo cómo llegar a otros mundos.
Ella
quedó maravillada con Londres, y se prometió nunca ir a El País de las
Maravillas.
Le
contó como Rein hizo caso omiso de las advertencias de la oruga, y fue
encerrada.
Y
también le dijo que iba a visitar a su amiga muy a menudo, y que está
constantemente le pedía que lo acompañara.
-
¿Papá
sabe de esto? - preguntó Tyberius, furioso. Vivió toda su vida engañado…
Su
madre asintió, y se encogió, como si quisiera desaparecer de la faz de la
tierra.
-
¿Por
qué no me lo dijiste?
-
Quería
enterrar mi vida anterior, yo…
-
Tú
me engañaste. Y no sé si pueda perdonarte.
Salió
lentamente, no sin antes oír la advertencia de su madre.
-
Hagas
lo que hagas, no intentes ir a El País de las Maravillas.
***
¿Que
no intentara ir a El País de las Maravillas?
Por
supuesto que lo iba a intentar.
No
se quedaría ahí, eso estaba claro, pero quería ver de dónde provenía su madre,
quería recorrer el lugar de sus sueños.
Entro
lentamente al manicomio. Lo dejaron pasar, creyendo que venía por John.
Tardó
un rato en encontrarla, pero vio a Rein sentada en una fuente oliendo flores.
-
Hola,
tú- rio ella- ¿Ya le contaste a tu madre sobre mí?
El
asintió, intentando borrar el dolor que esa conversación le había provocado.
-
¿Y
para qué me has venido a buscar?
-
Quiero
ir.
-
¿A
dónde quieres ir? ¿Con tu madre? Puedes salir por tu puerta, e ir a tu casa,
aunque en eso no puedo ayudarte, pues realmente no sé en dónde queda y…
La
mirada que le lanzó la dejó callada.
-
Al
País de las Maravillas.
Una
extraña y curiosa sonrisa se dibujó en el pálido rostro de la loca.
-
Lo
sabía. Yo puedo ayudarte en eso.
-
¿Cómo
llego ahí?
Rein
soltó una estruendosa carcajada.
-
No
te voy a llevar gratis, niño. Quiero ir contigo.
Tyberius
palideció, eso parecía muy difícil… Pero lo iba a lograr.
-
Está
bien. Vendré a decirte cuando tenga un plan.
Ella
sonrió.
-
Soy
Rein. Pero tú no me has dicho tu nombre.
-
Tyberius-
susurró él.
-
Qué
curioso. Ese es el nombre de tu abuelo.
Él
salió rápidamente de ahí, ideando un plan.
***
Entró de nuevo al manicomio, con elegante ropa de mujer, que había tomado del ropero de su madre, escondida en su portafolios.
Entró de nuevo al manicomio, con elegante ropa de mujer, que había tomado del ropero de su madre, escondida en su portafolios.
Se
la entregó a Rein, quien se la cambió hábilmente.
Salieron,
tomados del brazo, intentado que nadie notara que Rein se estaba escapando.
Pero
un guardia lo notó.
-
¿Quién
es ella? No entraron juntos.
-
Mi
madre- mintió Tyberius con una sonrisa.
-
Tendrá
que quedarse para que la revisemos y…
No
había otros guardias alrededor, así que el hombre le dio una patada en la
entrepierna al guardia, que cayó de dolor y luego lo golpeó con un jarrón que
había cerca, dejándolo inconsciente.
Rein
y Tyberius intentaron salir aparentando calma lo mejor que podían, pero ambos
sabían que no eran muy convincentes.
Por
fortuna, no hubo más guardias, y ambos salieron, mientras Rein sonreía y
agradecía la libertad que se le había concedido.
***
-
Tengo
que hacer una última cosa antes de irnos- susurró Tyberius.
Estaban
en un gran jardín, en la fiesta de despedida de Margot.
-
Quédate
aquí- le susurró a Rein, que se quedó hablando con los arbustos.
Se
acercó a Margot lentamente.
-
¡Margot!
-
¿Qué
haces aquí? ¡No deberías estar aquí! - susurró ella- ¿Ocurre algo?
El
asintió, con una sonrisa.
-
¿Recuerdas
El País de las Maravillas? ¿Del que me hablaba mi madre?
Ella
contestó positivamente, con la confusión claramente marcada en el rostro.
-
Es
real, Margot, es real. ¡Existe!
Margot
lo miró como a un niño pequeño.
-
¡Y
quiero que me acompañes a visitarlo!
-
Yo…
creo que estás un poco indispuesto, mejor ve a descansar a casa y…- su mirada
se posó en los arbustos donde estaba Rein- ¿Quién es ella?
Tyberius
palideció.
-
Espera…
la he visto… en el manicomio… Tyberius… ¿qué está pasando?
-
Te
lo diré luego.
Y se
fue, con Rein, corriendo tan rápido como podían.
***
Estaban en un gran campo, mirando a una madriguera.
Estaban en un gran campo, mirando a una madriguera.
-
¿Es
aquí?
-
Sí-
susurró Rein- O al menos eso dijo Absolem.
-
¿Absolem?
-
Una
oruga, no la conoces.
Tyberius
sonrió.
-
¿Vamos?-
preguntó ella tomándole la mano.
-
Vamos-
asintió él.
***
Era
increíble, tal y como se lo imagino.
Rein
volvió a su hogar, y, para sorpresa de Tyberius, resultó ser una princesa. La
Princesa Blanca. Y su nombre no era Rein, ese solo era un sobrenombre que
Anabella solía decirle.
Su
nombre era Mirana.
Pero,
Tyberius no quería regresar.
¿Para
qué regresar a un mundo lleno de preocupaciones?
Pasaba
el tiempo, y solamente extendía su regreso, y eventualmente terminó olvidando.
Olvidó
a Anabella, a su padre, a John, y a Margot.
Olvidó
su nombre, y simplemente se llamó Sombrerero.
Y se
puso a tomar té con un ratón y una liebre.
Al
final, puede que haya olvidado todo, pero al menos no olvidó los sombreros y lo
mucho que le gustaba hacerlo.
También
olvidó los modales y la cordura, y fue así cómo se ganó su nuevo nombre.
El
Sombrerero Loco.
Wow! Es espectacular ❤ De todos tus escritos este es de mis favoritos. Lo narraste tan bien, que me imaginé todo *-* Te felicito enormemente *-* Sigue escribiendo, lo haces muy bien.
ResponderEliminarS.Castillo