Capítulo
Dos.
NARRA
FAORA
Golpeo una y otra vez el pupitre con el lápiz mientras
intento no dormir en la clase que está dando la Srta. Wilde.
¿De verdad es necesario aprender matemáticas?
¡Es tan fastidioso!
Suspiro e intento contar los segundos en vano.
Así que, paso a mi segunda actividad favorita después de
contar cuanto tiempo pasa: pensar en mis padres.
Pensar en mis padres es un gran vacío existencial en mi
vida.
Nunca los conocí.
Bueno, sí que conocí a mi madre. Ella desapareció cuando yo
tenía poco tiempo de nacer, así que no la recuerdo.
Aunque decir que no la recuerdo sería mentirles un poco.
Tengo un solo recuerdo de ella, y es gritando, no de su rostro, ni de su
cuerpo. No, es su voz, un grito.
- ¡No!
¡Sólo no toques a Faora! - es lo que ella grita en mi recuerdo. Supongo que
deberé conformarme.
Y a mi padre… bueno, él si es todo un misterio. Ni mi misma
madre lo recuerda… digo, recordaba.
Vivo con mi abuela, Mary Darling, y mis tíos, John y Michael
Darling.
Hace tres años también vivía con mi abuelo, pero
tristemente él falleció. Hoy todavía lo extraño.
Y mis padres…
Bueno, supongo que no puedes extrañar a alguien que no
conociste, pero de verdad que lo hago, quiero abrazarlos y sentirme amada, tengo
tantas preguntas que hacerles…
Y, aunque mi madre lleva trece años desaparecida, y ya
todos en casa la han dado como muerta, yo aún mantengo la esperanza de que, en
algún lugar del mundo, ella me esté esperando.
***
Antara miraba al horizonte, con una sonrisa en el rostro.
Tenía las manos apoyadas en su cola de sirena, y se tocaba
distraídamente las verdes escamas.
Era el atardecer, cuando todas las sirenas salían del agua,
reposaban sus colas en la arena y dejaban que el sol las cubriera.
Antara, como siempre, estaba en su roca.
Era una roca que podía asemejar a una cama- si es que las
sirenas sabían lo que era una cama- y normalmente tenía a muchas sirenas ahí
parloteando.
Pero, cuando era el atardecer, nadie podía acercarse a la
roca, pues en ese hermoso y fugaz instante pertenecía a Antara, la sabia líder
de todas las sirenas en Neverland.
Entonces, sonó La Caracola. Clara y fuerte.
Antara frunció el ceño.
¿Quién había venido a buscarla?
La Laguna de las Sirenas era en dónde vivían todas las
sirenas de Neverland, y si algún humano pasaba mucho tiempo nadando en sus
aguas este sufriría las consecuencias y sus piernas se volverían escamas- si
era mujer- o moriría ahogado- si era hombre-.
Así que, por lo general la gente evitaba introducirse ahí,
y a no ser que fueras Peter Pan (que era muy admirado por casi todas las
sirenas) o que una sirena te citara, estas no estaban muy dispuestas a
cooperar.
Pero La Caracola era algo diferente. Estaba posado en la
orilla de la laguna y significaba que había una emergencia, o que, en caso de
no haberlo, eras del aprecio- o temor- de Antara y no sufrirías las
consecuencias de molestar a las mujeres pez.
Antara bajó, algo molesta, de su roca y se sumergió en la
alguna.
Movió su cola y nadó con la gracia y elegancia que solo las
sirenas tienen, en un par de minutos ya estaba junto a La Caracola. O el lugar
dónde se suponía que tenía que estar.
Porque, en este preciso momento, estaba en las manos de
Leire, un miembro de Los Niños Perdidos.
Venía acompañado de su hermano, Rufio.
- Leire,
Rufio, de Ninguna Parte y miembros de Los Niños Perdidos… ¿qué se les ofrece?
¿Acaso es esencial interrumpir mi preciado contemplar del atardecer?
- Siempre
tan ceremoniosa, Antara- sonrió él- Sabemos que somos de tu agrado, y que en
varias ocasiones nos hemos ayudado mutuamente, así que venimos a hacerte una
pregunta.
Antara, jugando con su cabello rojizo, los miro sonriente.
- No te
equivocas al decir que son de mi agrado, gran arquero, y es por eso que
atenderé gustosa la petición que me presentas. ¿Cuál es la pregunta que quieres
formularme?
Leire rodó los ojos y fue al grano.
- ¿Es
cierto que la hija de Wendy Darling existe? ¿Qué está viva?
La sirena asintió, mirándolos fijamente, y con una pequeña
sonrisa esperanzada en el rostro.
- ¿Y por
qué lo hemos sabido hasta ahora?
- La
magia en los niños es misteriosa, Leire. Como sabes, las sirenas tenemos la
bendición de poder detectar la magia cuando estamos debajo del agua, además de
otras cualidades que nos hacen sabias. Pero, la de los niños es… diferente. Al
ser inmaduros, su magia no es potente. Incluso a veces desaparece. Pero, cuando
cumplen trece años, digamos que su magia se activa,
y es hasta entonces cuando podemos visualizarla.
La Niña Perdida soltó un suspiro dramático.
- No sé
qué puede tener eso de malo- susurró Antara.
- Yo
tampoco- le dio Rufio la razón.
- ¿No lo
entienden? ¡Esto desatará una guerra!
- Más
bien, la finalizará- susurró su hermano.
La chica lo pensó un momento, y pareció estar de acuerdo.
O, al menos, no mostró señales de desacuerdo.
- ¿Y por
qué te pones feliz, Antara? No veo que el dominio de los piratas les afecte
mucho a las sirenas.
- Es
cierto, no nos afecta mucho- susurró Antara- Pero…
- Nunca
he entendido por qué, a diferencia de la mayoría, viven tan bien, después de la
explotación de los piratas y la mutación de
la magia…- interrumpió Rufio- ¿Cómo lo hacen?
- La
mutación de la magia no nos afectó porque nosotras no dependemos de la magia de
Neverland, si no de la nuestra. Saben que estamos repletas de magia, y por eso
lo está esta laguna- explicó Antara con paciencia- Y los piratas no nos han
hecho nada por qué no son tontos. Saben lo que les conviene, y meterse con
nosotros ciertamente no les conviene.
Rufio asintió.
- Gracias
por resolver mi duda, Antara- susurró Leire con una sonrisa y le entregó unas
perlas- Considéralo una forma de decir gracias. Las encontré hoy por la mañana.
Peter había partido por la noche, y aún no había vuelto.
Tenía un día.
Antara ya se estaba sumergiendo en el mar, pero Rufio le
puso una mano en el hombro.
Ella lo miró con las cejas alzadas.
- Yo…
tengo una pregunta.
- Dime.
- ¿Cómo
nacen las sirenas? ¿Y cómo llegaron aquí?
- Hay
algunas preguntas a las que no te corresponde conocer las respuestas, mi niño.
Al Niño Perdido lo irritó que le llamará “mi niño”, pero no
le importó.
- Bueno,
al menos dime… ¿tú estuviste aquí cuando llegaron?
Antara asintió, y con una sonrisa traviesa, se sumergió en
La Laguna.
- Siempre
tienes que ser tan curioso- musitó Leire enojada mientras se marchaban de
vuelta a La Casa del Árbol.
- Si no
fuera curioso, no sabría tanto.
Ella esbozó una sonrisa cruel.
- Solo
recuerda que la curiosidad mató al gato, hermanito.
***
Faora tocó la puerta de su casa.
Las clases habían terminado, y al fin estaba en paz.
Escuchó el sonido de las llaves dando la vuelta, y en un
segundo su abuela ya la miraba con una sonrisa de oreja a oreja.
Abrazó a Faora y la dejó pasar.
John y Michael le habían contado que antes solían tener
doncellas y servidumbre, pero despidieron a todos después de que se esparció el
rumor de “la locura de Wendy”.
Resulta que la madre de Faora, Wendy, todo el día soñaba
despierta y hablaba de un tal “Peter Pan”, así que los criados comenzaron a
correr el rumor de que estaba loca.
Llegaron hombres y entraron a la casa, amenazando con
llevarse a Wendy. Así que ella tomó el primer barco que encontró y se fue a
China y países muy, muy lejanos.
Regresó poco tiempo después, embarazada y sin recordar lo
que había ocurrido.
Faora sacudió su cabeza, alejando esos tristes recuerdos de
su pensamiento.
- ¡Faora!
¿Cómo ha estado la escuela?
- Aburrida-
susurró ella con una sonrisa- ¡Pero ya estoy en casa! ¡Estoy tan feliz, abuela!
- ¿Y eso
por qué? – preguntó Mary Darling.
- Mañana
no hay que ir a la escuela- contestó su nieta con una sonrisa.
Mary soltó una risotada y comenzó a hacerle cosquillas.
La niña entró a la casa, era grande, y supuso que en sus
tiempos era gloriosa, pero ahora estaba descuidada y bastante pasada de moda.
- ¿No
han llegado Michael y John?
- Sí-
afirmó Mary- Están en su habitación.
Faora subió las escaleras de dos en dos y fue directo a la
habitación de John. Adoraba a ambos tíos, pero John era su predilecto, era el
que más estaba dispuesto a contarle de su madre, pues Michael era un tanto más
reservado.
Entró a la habitación corriendo.
- ¡Hola,
John!
Pero John no estaba ahí. Frunció el ceño, confundida.
Fue a la habitación de Michael, pero tampoco había nadie.
Faora se encogió de hombros, probablemente habían salido
sin que La Abuela los viera. Iban a trabajar todo el día hasta la cena, pero a
esa hora tenían un breve descanso. Lo más seguro es que ya se hubieran
marchado.
Eso significaba que, a excepción de La Abuela Mary- que
realmente no contaba, pues estaba bastante concentrada preparando la cena-,
Faora estaba sola en casa.
La niña corrió a su habitación, y tomó una silla de madera.
En el lugar más alto del librero, metido en un libro que nadie- ni siquiera
ella- se dignaría a leer jamás, estaba su posesión más preciada.
Lo había encontrado en el sótano, un día mientras incursionaba,
y desde entonces lo leía siempre que podía.
Sacó lentamente el diario de su madre, una libreta de cuero
café que tenía su nombre escrito en letras grandes y una caligrafía cuidada.
Y se puso a leerlo. Leyó las “locuras” de su madre, aunque
ella creía, de todo corazón que eran ciertas.
Leyó sobre Peter Pan, el hada llamada Campanita y las
sirenas. Se maravilló pensando en Neverland, y deseaba luchar con piratas y
darle un buen golpe al Capitán Garfio.
En el diario de ella, la última entrada era antes de irse a
recorrer el mundo, así que no había ni una pista de la identidad de su padre.
Bueno, no el todo.
Algo que llamaba su atención, era que Michael y John eran
mencionados constantemente.
Si les preguntara sobre Neverland y su veracidad…
Pero no, si Faora preguntaba a sus tíos, tendría que
explicarles que hurtó el diario, así que prefería quedarse con la duda, al
menos por ahora.
Pero lo que más la maravillaba y dejaba boquiabierta, el
motivo de que leyera ese diario una y otra vez era Peter Pan.
Wendy hablaba de Peter con tanto amor. Lo describía como un niño perfecto, increíble y
maravilloso. Incluso en papel, Faora podía sentir el amor de su madre por el
niño que no quería crecer, tanto que se sentía capaz de tocarlo y mirarlo.
Secretamente, Faora tenía una teoría.
Una teoría un poco descabellada, pero que no tenía nada de
extraño.
La teoría de Faora era que Peter Pan era su padre.
***
Ya había pasado la cena, y John y Michael seguían sin
aparecer.
Mary Darling miró el reloj, con una mirada de desesperación.
- Solo…
todo esto debe tener una explicación razonable- aseguró Mary con una sonrisa.
Faora asintió, intentando así consolar a su abuela.
Miró los ojos alterados de ella, y sintió una punzada de
culpabilidad.
Esa punzada de culpa era algo habitual en la vida de Faora.
Siempre que sus tíos bromeaban sobre estar solteros, o que
La Abuela Mary se quejaba de una nueva cana, Faora se sentía inmensamente
culpable y triste.
Sabía que era su culpa que sus tíos no estuvieran casados
con una hermosa doncella que llegara a su altura, o que su abuela estuviera tan
estresada.
Si ella no existiera, tal vez sus vidas serían más
normales.
Si Faora no hubiera nacido, sus tíos ahora tendrían hijos,
pero como tenían que hacerse cargo de ella, no podían.
Y tal vez si ella no hubiera nacido, su abuela estaría
menos estresada, y se hubiera ido a vivir a algún otro lugar donde todo lo que
veía no le recordara a su amada y desaparecida hija.
Pero, lo que más le dolía es que, tal vez si ella no
existiera, el abuelo Darling seguiría vivo, pues bien sabía Faora que su
enfermedad era causa de la tristeza de la desaparición de Wendy, pero también
del hecho de tener que desvivirse por ella.
- Será
mejor que vayamos a dormir, Abuela- murmuró Faora.
- Faora-
dijo ella, con la voz hecha un desastre- ¿Te importaría dormir conmigo está
noche?
Claro que no le importaba. Sabía que su abuela estaba
preocupada. Ya había perdido a una hija, no quería perder más.
- Claro,
abuela.
Así que, ambas durmieron en la misma cama, por muy indecente
y escandaloso que resultara.
O bueno, intentaron dormir, porque ambas estaban nerviosas,
muy nerviosas, poniendo atención al más mínimo ruido, esperando que fueran
Michael y John.
***
Peter vio la casa de Wendy, y el corazón le di un vuelco.
Llevaba un buen rato volando, pues su sentido de la
orientación era pésimo, y a pesar de haber venido tantas veces a casa de los
Darling, no recordaba el camino.
Por un momento, Peter esperó escuchar la risa de Wendy y
ver sus ojos brillantes, pero sabía que eso no iba a ocurrir. Wendy no estaba
ahí.
Se acercó a la ventana de la que solía ser la habitación de
Wendy, y esta, para su sorpresa, no tenía llave.
Esperando que Faora estuviera ahí, la abrió lentamente.
Pero no, la hija de Wendy no se encontraba ahí.
Campanita lo miró.
- ¿Y si
se han mudado?
- Antara
dijo que estaba aquí. Debe estar aquí. Vamos a ver el resto de las
habitaciones.
Asintiendo, el hada siguió a su amigo.
***
Alguien había abierto una ventana.
Faora y su abuela lo habían oído con claridad, y voltearon
a verse confundidas.
Ambas asintieron y salieron lentamente de la cama.
Con el corazón latiendo muy rápido, y las manos sudando por
los nervios, Faora tomó un jarrón. Seguramente serviría en caso de que hubiera
un ladrón merodeando por ahí.
Entonces, vio a alguien salir de su habitación (que solía
ser la de su madre) y se quedó boquiabierta.
A pesar de la oscuridad, y el miedo del momento, Faora
había leído el diario de su madre las suficientes veces como para saber que ese
era Peter Pan, y venía acompañado de Campanita.
***
Y entonces Peter la vio.
A la primera persona que miró, fue a la madre de Wendy. Se
veía mucho más vieja que como la recordaba, pero seguía siendo muy bella. Ella
no lo conocía, pero a veces Peter la miraba al pasar volando hacia la ventana
de su hija.
Y, entonces, su mirada se posó en Faora.
Era tan parecida a Wendy… bueno, los ojos de Faora eran
cafés, pero dejando a lado ese detalle podría haberlas confundido.
El corazón le tembló como siempre hacía cuando miraba a
Wendy, y los ojos se le llenaron de lágrimas, se cubrió la boca, impresionado.
Pero, tuvo que dejar de lado la impresión, cuando Mary
Darling gritó furiosa:
- ¡¿Qué
hace en mi casa?! ¡Largo!
Peter dio un paso al frente, y poco a poco se acercó.
- Lo
siento, Sra. Darling. No pretendía asustarla- susurró, y luego dijo más fuerte-
Mi nombre es Peter Pan, y necesito la ayuda de ambas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario